miércoles, 3 de septiembre de 2014

Sin anestesia

Lo supe antes de leer aquel mensaje. Supe que el encuentro no llegaría. Casi palpé la sensación de final inminente, mientras arrastraba los pies de regreso a casa y sentía que finalmente había sido sacada de plano de un mapa en el cual tal vez tan sólo fui un punto pequeñísimo en algún rincón algo olvidado.
Me fui a la cama casi por inercia y desperté con la sensación de que nada estaba bien; de que ese mundo secretamente armado se estaba cayendo a pedazos y así lo fue. 
Lo derrumbamos con cuidado. Y tuve que oír, asumir, comprobar que mis teorías eran más que un juego de la imaginación: eran una realidad absoluta. 

De pronto tuve que abrir los ojos antes de tiempo. Demasiado pronto, demasiado de golpe y sin siquiera una gota de anestesia. 
Tuve que mantener los ojos abiertos a la fuerza, queriendo cerrarlos en esos segundos eternos, dolorosos que borraron todo aquello que en algún momento me pareció real. 

Te vi alejarte sintiéndome pequeña en medio de la noche, del frío y de la soledad que me parecía insoportable. 

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