Lo supe antes de leer aquel mensaje. Supe que el encuentro no llegaría. Casi palpé la sensación de final inminente, mientras arrastraba los pies de regreso a casa y sentía que finalmente había sido sacada de plano de un mapa en el cual tal vez tan sólo fui un punto pequeñísimo en algún rincón algo olvidado.
Me fui a la cama casi por inercia y desperté con la sensación de que nada estaba bien; de que ese mundo secretamente armado se estaba cayendo a pedazos y así lo fue.
Lo derrumbamos con cuidado. Y tuve que oír, asumir, comprobar que mis teorías eran más que un juego de la imaginación: eran una realidad absoluta.
De pronto tuve que abrir los ojos antes de tiempo. Demasiado pronto, demasiado de golpe y sin siquiera una gota de anestesia.
Tuve que mantener los ojos abiertos a la fuerza, queriendo cerrarlos en esos segundos eternos, dolorosos que borraron todo aquello que en algún momento me pareció real.
Te vi alejarte sintiéndome pequeña en medio de la noche, del frío y de la soledad que me parecía insoportable.